13 abr 2010

Guardián


De entre todas las cuevas del mundo
fui a parar a la tuya.
Vírgen, pura, cristalina,
escondida como un secreto ancestral,
abrazada por altas rocas,
resguardada del mismo sol
quien sólo llega a acariciarte
con rayos vestigiales.
Tú cuidas de ella
y me dejaste conocerla.
Eres el guardián de su corazón
que yace en la profundidad.
Como los rayos de Helios
se extienden tus tentáculos
que rozan cada extremo
de aquel lugar mágico.
Imponente te hallas
en tu solemne tarea,
inmutable cumples
tu deber sin descanso.
Atemorizas con sólo mostrarte,
tan terrible pareces
a pesar de no hacer daño.
Pero no termina aqui mi sorpresa,
también tienes un fiel lacayo,
Menor en todos tus atributos
que muere por tu causa
para renacer al día siguiente.
Es todo lo que recuerdo
de mi visita improvisada.
Sin proponermelo
llegué a tu orilla
y te conocí de vista
Terrible Guardián.

12 abr 2010

Juguemos


Juguemos a que los turnos se invierten
y te toca otra vez buscarme,
y me toca otra vez huir.

Juguemos a que eres un barco
y yo el océano,
y te pierdes en mi.

Juguemos a que cierro los ojos
y apareces frente a mi,
sonriéndome bajo la lluvia.

Juguemos a ser niños
y me regalas una flor
con un beso en la mejilla.

Juguemos a ver el cielo
y a pedir con cada estrella
un deseo secreto.

Juguemos al zoológico,
donde nuestro amor
es un ave libre que vuela.

Juguemos a que la siesta es fresca
y que cuido tu sueño
mientras reposas en mí.

Juguemos al carnaval
a la mirada cómplice
al paseo sin rumbo.

Juguemos a la búsqueda del tesoro
y que el tesoro no existe
porque es estar juntos.

Juguemos a no cerrar las puertas
a tomar el té frío
y a reír sin motivos.

Juguemos a los extraños,
que todavía no me conoces
y mueres por hacerlo.

Juguemos al primer beso,
el que sueñas cada noche
suspirando en mí recuerdo.

Juguemos a ser como antes
y que todavía se agita
tu corazón por mí.

Juguemos a que no me muero
si te tengo lejos
y te veo partir.

Alargar las patas


La injusticia es moneda corriente, y nos toca a todos de diversas formas. Ese día, al igual que otros tantos, me dejé “alterar” por lo que tildé de atropello a mi dignidad. Siempre tomaba al estudio como una responsabilidad. La maestra, aquella figura imponente, era un ser superior que nos podía evaluar como un lector de rayos x con sólo mirarnos. O al menos eso es lo que yo consideraba. También era un fuente inagotable de conocimientos que vertía de a gotas su contenido en nosotros, tierra seca con una semilla sedienta y ansiosa de crecer. Lo curioso es que esta fuente era idónea para todos, podía abastecer a un jardín repleto de variadas flores, diferentes entre sí. Sin embargo era nuestro deber apropiarnos de su emanación y no dejar que se derroche.
Aquel día cumplía mi deber con natural esmero, hasta que me llamaron la atención: Gonzalo, enemigo natural de mi causa-estudio, director orquestal de cada bullicioso, niño completamente desinteresado en obedecer, mintió sobre mi… ¡sí, sobre mi!, atribuyéndome sus cualidades. La maestra puso el grito en el cielo para retarme. Completamente desentendida me acerqué valientemente a su banco frente a toda la multitud de caras ajenas a mi reclamo. Debía aclarar el malentendido, decirle que Gonzalo es el que no trabajaba, y ella me contestó en forma de desprecio: “tú tampoco”.
Ese fue un golpe duro. Aquel ser me negaba la realidad tenazmente y no me permitía explicarle, hacerle entrar en razón. ¿Cómo me podía juzgar así a mi que siempre le respondía con tanta dedicación? ¿Cómo creerle al rufián de turno? Estaba completamente indignada, ¿Qué discernimiento me podía entregar un ser voluntariamente tan ciego? Allí comenzó mi decepción con el sistema educativo.
Me quería cambiar de escuela, no la quería volver a ver. Dramática, así fui desde un comienzo. Pero no podía huir por una cosa así. Pasó el año, cambió la maestra, siguió Gonzalo.
Pero “Gonzalos” hay muchos, al igual que maestras. Mentiras sobran y aun así la verdad sigue latente. Por una pieza mala no hay por qué perderse un baile. Y al baile de la escuela ya lo pasé y sigo ejercitándome porque la música no para y hay que bailarla toda.