25 mar 2010

Relato trunco


Inesperadamente tomó mi mejilla con su mano y la acarició mientras su mirada se posaba suavemente en mis labios, quedándose anclada a ellos. Nunca lo había hecho, ni debió hacerlo.
Intenté descifrar el motivo, si es que lo había. Mis ojos iban de su boca tan perfecta y casi mágica, bajo la luz de la luna que se colaba por la ventana, a sus ojos indescifrables; como uno de los grandes misterios de la historia. Ni una señal de que fuera a acercarse; si su intención fuera besarme ¿por qué detenerse así? ¿Acaso su mirada ya lo estaba haciendo? Lo sentía penetrar cada parte de mi ser, me sentía completamente desnuda de aquella barrera que procuré crear desde el día en que lo conocí.
De repente sus ojos subieron un poco, pero se quedaron a mitad de camino sin llegar a los míos. Estaba perpleja, por primera vez en mi vida no tenía ni la más remota idea de qué hacer. No estaba programada para aquello.
Su mirada se mostraba ausente, con un matiz de preocupación. Tal vez todo fuera producto de mi imaginación. Sin moverme miré la luna de reojo para liberarme de su hechizo. Allí estaba de nuevo, con su asistencia perfecta contemplándolo todo. Su luz lo embellecía aún más, como si quisiera vestirlo de gala con sus rayos fundidos en una túnica que lo envolvía cubriendo su cuerpo y abrazándolo por mí. No hacía falta, no debió tomarse esa molestia pero le agradecí al comprender que esa imagen quedaría por siempre en mi recuerdo. A pesar de todo no pude evitar sentir un poco de envidia de su rol de testigo, hubiese preferido intercambiar lugares y no tener que involucrarme.
Luego volví a sus ojos y descubrí en ellos el puerto al que siempre vuelvo y lejos del cual no podría vivir ¿De qué estaba hablando? Mi estupidez superaba el record, rayana a la obsesión. Él seguía allí mientras me debatía entre qué hacer y qué sentir.
En un segundo nuestras miradas se encontraron y todo lo que venía pensando se esfumó abruptamente. Mi corazón se sacudía en su estrecho espacio como jamás pensé sentirlo. La sangre me vibraba, la adrenalina me embargaba y un torrente de pequeñas cosas discurría bajo mi piel. Sus ojos brillaban, nunca los vi así. Parecían manifestar algo en su pequeñez que el resto del cuerpo se empeñaba en reprimir. Esbozó una sonrisa y se alejó unos centímetros. Su mano me soltó, sentí como si en ello me hubiera arrancado la mejilla y me dolió profundamente. Los ojos me comenzaron a arder y temblorosamente llevé mi mano donde antes estuvo la suya. Comprobé que seguía allí intacta, cálida y suave. Miré mi mano, no había rastro de sangre ni de la herida que tanta agonía me estaba causando. Me ahogaba y un dolor profundo hacía eco en mi garganta.
Me volví hacia él que ya estaba parado inmóvil junto a la ventana. Sus níveos brazos se mostraban tensos culminando en sus dedos recogidos en puños pegados al cuerpo. “Creo que ya es hora de que me vaya”. Esa fue su sentencia y al mismo tiempo su salvación. Yo seguía perdida en esa imagen y el tiempo pasó.
Cuando tuve un atisbo de conciencia él ya se había marchado. Mis ojos hinchados no podían abrirse como negación a la realidad y resultado del llanto que hasta ese momento había pasado inadvertido. Sequé las lágrimas húmedas de mi rostro. Con las lágrimas secas ya no había nada que hacer, penetraron mi piel para unirse a la caravana dolorosa que corría entre mis venas. Y me recosté en mi cama cual lecho de muerte. Y me dormí.

Símil Rosa


En el jardín de Lamon
crecen las más bellas especies
custodiadas por un gran señor
al que todos adoran con devoción.
Cómo pretender que la niña,
que con tanta emoción
creció jugando en medio de aquel,
ahora crecida quiera dejar.
No puede decidirse por uno sólo,
si la belleza del olivo
iguala a la pasión de la higuera;
o si la fecundidad de la viña
supera la de los árboles frutales.
¿Cómo dejar de amar a la alameda
que custodia celosa la entrada al templo?
Y a la vez ignorar a la hiedra
que reviste el jardín y se cuela
por los más remotos lugares
siendo la testigo de tantos hechos,
la confidente de sus anhelos.
Y ni hablar de las flores
que en primavera regalan
los más bellos colores
que se puedan apreciar
una vez que la dama de rosáceos dedos
abra el día con sus jinetes dorados.
La espontaneidad de la vida
que se renueva sin cesar
a través de las estaciones
¿Podrá con ella continuar?
La niña-ya-crecida
escondida tras las azucenas
quiere a las rosas igualar,
y asombrada de su belleza
suspira sin poder perfumar.
Las rosas ríen serenas
ante la demostración
y calladas de nuevo en su fuero
le regalan algo de su don.
Tal encanto perpetuo
que instalan en su corazón
hace que Pan toque la flauta
y Amor vuele en derredor.
Así suspira enamorada
eternamente esta canción
y de los otros sucesos que ocurrieron
sólo atestigua la niña con su don.

Paso


Un pasillo,
un paso determinado a cruzarlo,
un afán de ser dos pasos.
Un momento que perdura,
un tiempo que se congela,
una sensación que se realiza.
Una sorpresa de realidad,
un sentir que corta el aire,
un filo que carga el andar.
Un adelante que no llega,
un paso que termina,
un paso que vuelve atrás.
Un paso que regresa
Y se da cuenta que es sólo un paso.
Un pasillo que perdura,
reincide otra vez
y se debe volver a cruzar.

16 mar 2010

Pio, pia, arpía



Julia era la gallina y no por ser cobarde. Nosotros éramos los pollitos y no por ser sus hijos ni por chiquillos. Ese era el orden. Julia decía “a” y de repente “a” era el tema de conversación, la moda, el cliché.
Tenía muchos polluelos, todos siguiéndola y disputándose un lugar bajo su ala. Una vez allí no había por qué fiarse, se podría decir que el lugar más buscado era el menos seguro y el más estresante.
Pelear por llegar, pelear por mantenerse, pelear por…pelear. No sé que gallina podría querer jugar con sus polluelos así. Perdón, si lo sé: Julia.
Una tarde Julia se cansó de la gallina y sus polluelos, en cambio quiso jugar a “El abogado y el juez”. Pero nunca funcionó. Nosotros nos limitábamos a imitarla y repetir lo que decía. Sólo logramos juegos como: “La monarquía moderna”, “La ciudad de los espejos”, “Atrápala que puedes”, “Fugitivos al acecho” y “Loco por Julia” (juego que llegó a tener tantas versiones que terminó muy trillado y debimos desistir).
Al final Julia se acabó cansando del patrón lineal que se repetía en todos los juegos. No sé dio cuenta que éramos sus pollitos, sólo eso.

14 mar 2010

Espectro



Porque entre todas las cosas que existen
Tú eres la menos tangible.
Espectro, cual sombra apareces
sólo cuando la luz me ilumina.
Y me pregunto si ésta al abandonarme
Te lleva consigo.
El polen que traías
ya no puede germinar,
en un instante sin tiempo
se perdio con una brisa matinal.
Y te sueño,
Visitante nocturno,
reviviendo ilusiones del ayer,
mas el “hoy” que destila tu sombra
ausente en mi pecho derrama su miel.
De a poco cubriendo mis pasos te vas
Espectro que espera y no vuelve mas,
dejándome al final sin señal de tu aurora
que amanecía en mi cuerpo de capullo austral.
Y aunque te busque no hay rastro
hasta q la luz te vuelva a develar,
pero no hay sombra que vuelva
porque soy ella... y ella, ya no está.